viernes, 12 de octubre de 2007

::el boris godunov del real::

Por fin se inauguró la temporada lírica del Teatro Real y el pasado miércoles, día 10, asistí a ver la sobrecogedora ópera Boris Godunov de Musorgski. Esta obra, para quien no la conozca, narra las desventuras y tormentos de un zar que llega al trono de manera "poco limpia" y la verdad es que poco más se puede decir. Una obra shakesperiana si se me permite, donde se reflexiona sobre el poder, la vida y la muerte. Un Macbeth "alla russa" que impresiona por su fuerza y donde se cuestionan verdades trascendentales que hacen que en tu butaca uses la cabeza para algo más que el "¡oh! qué bien canta" (algo que, dicho sea de paso, me suele ocurrir con frecuencia con las óperas del repertorio no-mediterráneo.)

La obra de Musorgski es, además, un hito en la historia de la ópera. No se entendería lo que vino después sin ella. El trabajo dramático-textual en relación con la música, esa especie de prosodia melódica que a veces alcanza el arioso y a veces se diluye en el cantus firmus quasi ortodoxo, prepararon el camino, por ejemplo, haci un Pelléas et Mélisande de Debussy o muchas de las pautas canoras de la segunda escuela de Viena (¡Wozzeck de Alban Berg!). El germen, la semilla, ya la había plantado Musorgsky casi treinta años antes en el Moscú de Alejandro II.

La elección de un obrón así para abrir temporada creo que es arriesgada. Los cuerpos estables del teatro, el coro y la orquesta, aún están fríos y en una obra donde se les exige tanto, la verdad, opino que se quedaron algo "cortos". No me convenció López Cobos desde foso (aunque en las partes más sombrías logro una densidad y unas texturas emocionantes). En las partes más brillantes yo no sé si eran los desacompasados tempi, las irregularidades tímbrics o las monstruosas desafinaciones de los viento-metal pero ay, ay, ay... aquelló no acabó de cuajar. El coro dirgido por Casas-Bayer bien, más o menos, en el último cuadro pero nada convincente en las escenas de la coronación de Boris. Le falta anchura, dimensión... sonar más "ruso".

Los solistas vocales muy correctos todos. Scandiuzzi como Boris estuvo bastante bien y en sus tres monólogos, en especial el de su muerte, llegó a conmoverme. El soberbio Pimen de Kotchinian, el Chuisi de Donal Kaasch, Varlaam por Vladimir Ognovenko... Itxaro Mentxaka cantando la canción del pato. Todos bastante bien. El Grigori de Vsevolod Grivnov me resultó algo chillón pero correcto. En fin, que en este aspecto un notable para todos y un aplauso sonoro por el esfuerzo realizado.

Para terminar comentar que la dirección de escena de Klaus Michael Grüber fue más o menos interesante pero lo que no se puede permitir es la tomadura de pelo del escenógrafo Eduardo Arroyo. ¿Cómo se permite algo tan absolutamente cutre para una obra de estas características? El resultado fue absolutamente anodino merced a unos decorados planos, fríos, asépticos que no decían absolutamente nada. Delirio de un pintor que se cree que escenificar una ópera es pintar un cuadro para cada escena. Nulo sentido teatral que Grüber no debía haber permitido. Los bostezos y los ojos cerrados fueron un constante en el paraiso del Real cuando se trata, precisamente, de una obra que concebida como gran retablo pictórico-musical de la Rusia del siglo XVII puede llegar a ser alucinante. Arroyo debería, además, no haberse reido tanto del público del Real puesto que si recordamos su anterior escenografía para Desde la casa de los muertos ¡es igual! Pájaros gigantescos, insectos, colores planos, frialdad, nulo atrezzo... en el Janacek, a lo mejor tenía sentido, en Boris ha sido una patochada y una absurdez. Una pena, una gran oportunidad perdida para demostrarnos a los madrileños que la ópera rusa es, y debe ser, ese gran drama musico-nacional con el que soñaron sus autores. Volvería a la ópera por ver el primer reparto musical pero creo que mejor me quedo en casa para no aburrirme tanto.


El único cuadro que salvo de este montaje, la muerte de Boris.

1 comentario:

Roberto dijo...

Totalmente de acuerdo. La verdad es que es una lástima que una obra de estas características se haya representado de esta forma. Una escenografía que no sólo no aporta, sino que resta. Una dirección musical por momentos amanerada cuando lo que pide la partitura es una fuerza que surja desde las propias entrañas de la tierra, del suelo que alberga las miserias.
Los cantantes interesantes. Pero,
en resuemen, como dicen Valmont y Merteuil de forma interminable «—¿Qué ha dicho usted? —Nada. ¿Y usted? —Nada».Pues eso digo yo, nada.