domingo, 14 de octubre de 2007

::se busca chulapona::




(Sale un actor a telón corrido y dice)

¡Madrid, el viejo, se está muriendo!
¡Nos abandona! ¡No volverá!
¡Se fue educando y enriquecido,
y poco a poco fue decayendo
de tal manera, que no es él ya!
Ya no es el que era. Salió de viaje
y trajo un aire muy parisién.
Gusta del wiski y el maquillaje,
chuta, boxea, cambia de traje,
y es una estampa de un magasén.
El boticario de la Paloma
se ha vuelto un barman de bulevar,
y los narcóticos de su redoma
-opio y morfina que fuma y toma-
son el reclamo para su bar.
Madrid, hoy pálido, tiene una mueca
muy "siglo veinte", muy "gran hotel";
y el efebismo de una muñeca
que no se sabe si, cuando peca,
es una fémina o es un doncel.
Vendió su alma por lo aparente
de una mundana modernidad,
pues ignoraba -¡pobre inocente!-
que iba a vestirse grotescamente,
con el deshecho de otra ciudad.
Era un romántico y era pequeño...
Muy galdosiano, muy de café.
Y en la tertulia, siempre risueño,
descabezando su fácil sueño,
se deleitaba con el rapé.
Pero, de pronto, sintiose un día
la convulsiva renovación,
y la anticuada litografía,
llena de suave melancolía,
es un cubista chafarrinón.
Y ahora, medroso y acobardado
de su romántica antigüedad,
Madrid, el viejo, se ha extraviado
y anda sin rumbo por la ciudad.
Madrid ha muerto. Se alza en un revuelo
cuando el entierro se oye pasar,
y entre los flecos de su pañuelo,
pálida y llena de desconsuelo,
la Revoltosa rompe a llorar.
Y arrodillándose triste y llororsa,
trágicamente tira un clavel.
Detrás la gente, va silenciosa.
Cierra la noche. Todo reposa.
¡Madrid ha muerto! ¡Llorad por él!

(Intermedio de Rosa de Madrid. Luis Fernández Ardavín)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Espléndidos versos que no conocía, pero que pude identificar como suyos al primer o segundo de ellos sin llegar al final. Me recordaron, de hecho, los magníficos con los que describe otro Madrid, el finisecular, en el pórtico poético de "La florista de la Reina": "Fines de siglo. Bajo el tapete, / mesa camilla. Luces de gas..." y un largo etcétera al que la memoria no alcanza ya, pero que está muy presente en el corazón.