martes, 9 de octubre de 2007

::un vals entre vicente aleixandre y josef strauss::

En genios como Aleixandre la palabra podía ser el compás perfecto para la danza. En su libro Espadas como labios -escrito entre 1931 y 1932- presentó uno de los poemas de amor más interesantes de nuestra literatura por cuanto tiene de sarcástico pero a la vez de sentido. Un poema titulado como la danza reina de los salones del XIX, "El vals", en el que se recrea estos espacios de hedonismo en decadencia, y que tiene el ritmo de dicho baile, ternario, infinito... que acelera y decelera a medida que fluyen las melodías en mayores o menores tandas. Para acompañar su lectura os propongo el "Vals Dynamiden" de Josef Strauss, hermano de Johann Strauss II (el popular autor de Junto al bello Danubio azul, Sangre vienesa o Rosas del sur).

Josef era un compositor romántico, en la línea de un Chopin o Schubert. A día de hoy podemos decir sin rubor que era mejor músico -bastante mejor músico- que su popularísimo hermano. Quizás su melodismo no era tan desbordante, pero sus valses, por la construcción, organización de las ideas e instrumentación brillante, son pequeñas joyitas, mini-poemas sinfónicos que ya va siendo hora de rescatar y que sean igual de conocidos que los de su hermano. En este vals que cuelgo, por cierto, se inspiró Richard Strauss -nada que ver con la familia de compositores vieneses- para uno de sus más conocidos temas de la ópera El caballero de la rosa ("mit mir, mit mir, mit mir..."), el machacón y pegadizo vals del Barón Ochs.



Con todos ustedes, El vals.

Eres hermosa como la piedra,
oh difunta;
Oh viva, oh viva, eres dichosa como la nave.
Esta orquesta que agita
mis cuidados como una negligencia,
como un elegante bendecir de buen tono,
ignora el vello de los pubis,
ignora la risa que sale del esternón como una gran batuta.

Unas olas de afrecho,
un poco de serrín en los ojos,
o si acaso en las sienes,
o acaso adornando las cabelleras;
unas faldas largas hechas de colas de cocodrilos;
unas lenguas o unas sonrisas hechas con caparazones de cangrejos.
Todo lo que está suficientemente visto
no puede sorprender a nadie.

Las damas aguardan su momento sentadas sobre una lágrima,
disimulando la humedad a fuerza de abanico insistente.
Y los caballeros abandonados de sus traseros
quieren atraer todas las miradas a la fuerza hacia sus bigotes.

Pero el vals ha llegado.
Es una playa sin ondas,
es un entrechocar de conchas, de tacones, de espumas o de dentaduras postizas.
Es todo lo revuelto que arriba.

Pechos exuberantes en bandeja en los brazos,
dulces tartas caídas sobre los hombros llorosos,
una languidez que revierte,
un beso sorprendido en el instante que se hacía «cabello de ángel»,
un dulce «sí» de cristal pintado de verde.

Un polvillo de azúcar sobre las frentes
da una blancura cándida a las palabras limadas,
y las manos se acortan más redondeadas que nunca,
mientras fruncen los vestidos hechos de esparto querido.

Las cabezas son nubes, la música es una larga goma,
las colas de plomo casi vuelan, y el estrépito
se ha convertido en los corazones en oleadas de sangre,
en un licor, si blanco, que sabe a memoria o a cita.

Adiós, adiós, esmeralda, amatista o misterio;
adiós, como una bola enorme ha llegado el instante,
el preciso momento de la desnudez cabeza abajo,
cuando los vellos van a pinchar los labios obscenos que saben.
Es el instante, el momento de decir la palabra que estalla,
el momento en que los vestidos se convertirán en aves,
las ventanas en gritos,
las luces en ¡socorro!
y ese beso que estaba (en el rincón) entre dos bocas
se convertirá en una espina
que dispensará la muerte diciendo:
Yo os amo.

1 comentario:

Roberto dijo...

Ains, que pena que no se me cargue el reproductor...
¿Y si para navidad montamos un programa de valses con Camerata Barbieri?
Pensándolo mejor, un programa de valses seleccionados de entre los muchos ejemplos que tenemos en música española.
A partir de ahora, en año nuevo, una cita en Madrid.

Un besote, majo.