domingo, 18 de noviembre de 2007

::el público en el teatro lírico::

La verdad es que hoy que es domingo me he levantado con ganas de escribir y ante el inminente concierto al que voy esta tarde a la Zarzuela me he propuesto dejar aquí unas líneas acerca del público en este teatro y en el Real. Por supuesto que éste sería tema para una tesis, pero bueno, ya que tengo este atril de sastre pues lo aprovecho y despotrico contra las cosas que no me gustan. Entiéndase, pues, que ésta es una opinión absolútamente personal y subjetiva.

El público de Madrid es un público en su mayoría bastante ignorante y ordinario. Bueno, en el teatro, en la calle, en el supermercado... y conste que me incluyo en él. Tenemos mucho que ver con el público italiano pero con la diferencia de que en Italia, al menos de ópera, saben un poquito más que nosotros. Son adoradores del canto... nosotros, la mayoría, no. Aquí se adora los momentos, las figuras y poco más. En Italia si alguien canta bien pues se le ovaciona casi hasta el delirio, de manera que raya lo obsceno. En España te aplauden, pero si tienes un nombre, aunque cantes una patata, parece que el teatro entra en éxtasis.

Lo que acabo de decir se pudo ver el viernes, y se verá esta tarde, en el Teatro de la Zarzuela. Cantaba Aquiles Machado, que a día de hoy tiene de todo menos voz. La línea la perdió hace mucho, el color es un desastre... pero canta el "Por el humo se sabe donde está el fuego" y el teatro ¡alaaaa! una ovación desmedida. Con Nanci Herrera lo mismo. La chica canta bien, pero ¿tanto como para gritar de esa manera? Sin embargo hubo actuaciones mucho más interesantes esa velada (como la romanza de El juramente por Bergasa o el dúo de Jugar con fuego junto a Carmen González) y se dieron aplausos de rigor y poco más. ¿Y esto por qué? Pues porque Aquiles Machado es quien es y vive del recuerdo de una Bohème -y poco más- de hace ya casi diez años en el Real. Además si cantas algo de siempre pues la gente ya... el "acabose".

El público del Teatro de la Zarzuela es de lo más ecléctico que uno se pueda figurar. Hay desde entendidos a gente que pasaba por allí y decidió entrar (algo mucho más difícil que en el Real lo veamos empezando por las diferencias de precio.) Grupos de turistas, gente de provincias que vienen en autobús, de señoras con litros de laca en la cabeza para demostrar que se la saben moviendo el casco al ritmo (?) de la música... esas son las peores, not doubt.

En los intermedios del Real y la Zarzuela en general los comentarios suelen ser de ínfimo interés y se suelen centrar en "¡qué bonito canta fulano!" o "... menudo rollo de ópera". El jueves fui a ver The rape of Lucretia al teatro de la Plaza de Oriente y la pija que tenía en el palco de al lado lo único que sabía decir acerca de la obra en el descanso era "... a mí es que estas óperas raras modernas...". Su futura suegra le contestaba "pues sí... pues sí... dame una Tosca, una Traviata... pero ¿estas?..."Y hablando de Tosca os propongo un experimento atropológico entre el público inglés y el público italiano:



En España hubiéramos apaludido (¡y no es para menos!) como en Italia, sin ningún remordimiento por detener la trepidante acción del mítico acto II de la mítica Tosca. Aquí... eso sí, lo haríamos si cantase "Fulanito Cura", "Menganita Bartoli" o similares... vacío, puro vacío. Que no me vengan con pamemas. Es inadmisible el ver cómo se interrumpen una y otra vez las óperas de repertorio con ovaciones tan injustificadas muchas veces y que hacen flaco favor a intérpretes y obra. Pasó en el Boris Godunov tras la muerte del zar; ¿era realmente necesario aplaudir?, ¿no hubiera sido mucho más impresionante para todos un silencio mortuorio?

Yo entiendo que en los recitales se puede aplaudir detrás de cada número, pero un poco de mesura. El concepto mismo de recital es ese, lucir a una figura con sus entradas, salidas etc. etc. Llega a haber atrevidos que aún sin tener ni idea de la obra se atreven a aplaudir en mitad de la misma cuando a él le parece que ha terminado. Ocurrió el viernes en la Zarzuela en el concertante de El anillo de hierro. Oiga, señor, si no conoce la obra, al menos, espérese a ver cuándo hay que aplaudir.

En los bises fue ya la repanocha. La orquesta atacó el dúo-pasodoble de La del Manojo de Rosas y la gente se vio en su derecho de ponerse a cantar a coro con los intérpretes. Al final sonaros los consecuentes chisteos porque aquello se acercaba por momentos al concepto de una barraca de feria y no al del teatro de la ópera cómica española.

¿Pero qué será del Real y de la Zarzuela dentro de 30 años? Bien, yo creo que el Real está sabiendo llevar a cabo una campaña de democratización y echarse a la calle y hacia los jóvenes que le vendrá muy bien para crear un público potencial de futuro. Con las entradas de último minuto para menores de 26 se puede ver casi siempre lleno tan amplio aforo y el que siembra hoy recogerá mañana. Lo más ingenioso que se les ha ocurrido en la Zarzuela es establecer el miércoles como día del espectador así que más que teatro a día de hoy es algo parecido a un cine de barrio. Algunos jóvenes se ven, cada día más, pero no es suficiente. No sé bien cuál es la solución a este problema, que lo es, pero bueno, soy optimista y cada vez veo más gente joven por la calle Jovellanos -¡a pesar de lo difícil que es llegar a ella y la nula presencia de este teatro en la calle!-

No he sido muy duro, ¿no? Esperemos pronto poder aplaudir en la Zarzuela joyas como...



Pasacalle y jota de
La bruja (R. Chapí)

sábado, 10 de noviembre de 2007

::mama cass en dream a little dream of me::



Hay algunas canciones clásicas, como esta de Dream a little dream of me, que nunca dejarán de ponerme la piel de gallina. La letra emocionante de Gus Kahn y la música de W. Schwand y F. Andre creo que conforman uno de los binomios más sensibles de la historia de la canción y que en voces preciosas como la de Mama Cass creo que nos acerca un poquito a las estrellas.

Por cierto, no podeís dejar de ver y escuchar la versión de la inconmensurable Ella Fitzgerald, quizás más señora, más voz que Mama Cass, pero sin la incierta simplicidad de la solista de los Mamas and the Papas... todo un bombón de la mejor música. Soñad.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

::subyugado ante el arte de ana maría sánchez::

El sábado, con el concierto de José Bros y su esposa María Gallego, se dio el pistoletazo de salida al I Ciclo de Conciertos Líricos de Zarzuela en el teatro de la ídem. Aquello fue, la verdad, un rollo si se plantea desde la perspectiva del programa; no era un concierto atractivo sino que se limitaba a recopilar una serie de piezas trilladísimas para lucimiento de tenor y soprano. Él lo hizo, ¡vaya si lo hizo! y dio una lección de buen gusto en el canto y una exhibición pirotécnica de medios vocales de los que está sobrado. ¡Qué ganas de verle en La bruja que se estrena en diciembre!... Sobre ella, mejor corramos un tupido velo.

Pero lo de hoy, señores míos, ha sido muy diferente, ya que al interés propio que pueden suscitar las voces del cartel se sumaba el de un programa diseñado con delicado gusto: hemos escuchado un poco de todo, algo de género chico, algo de género grande... cosas conocidísimas y otras francamente infrecuentes, en fin, para todos los gustos e intereses. El disfrute, por este lado, estaba garantizado y a pesar que la Orquesta de la Comunidad no acaba de convencerme en este formato y que Roa no creo que haya podido insuflar a todas las piezas el carácter necesario. El coro titular de la casa súmamente discretito.

¿Qué ha sido lo que más ha brillado? Pues sin duda la "interpretación" brillante de un género, y ojo que no me estoy limitando al cante de fulanito o menganito; porque seamos francos, Carlos Moreno no es José Bros... Juan Jesús Rodríguez no es un barítono para caerse sentado... pero hay un "algo" en ellos, sobre todo en Moreno, que hace que cuando se les escucha uno tenga en el rostro una leve sonrisa; un "vaya, este señor está contándome algo"... creo que la palabra sería transmitir. ¡¿Y qué decir de Sonia de Munck!? Es una tiple ligera con un donaire y una elegancia innatos. Su estilo al cantar es único y sin duda resulta óptima para los roles que habitualmente acomete en la compañía Ópera Cómica de Madrid. ¿Te veremos más este año, Sonia? Aún recuerdo su Gallina ciega, su Relámpago... Una de las mejores artistas en el género como ha demostrado hoy con el vals del Chateau Margaux y la polonesa de El barbero de Sevilla.

Pero hoy quiero hablar algo más detenidamente de Ana María Sánchez, que brillando más allá de la estrella polar hoy nos ha dejado boquiabiertos por su manera de decir las dos romanzas y los dos dúos que ha cantado. Empezó con la gavota de La Calesera junto a la De Munck. Bien, muy bien... pero, de repente... la romanza de Gigantes y cabezudos. Memorable. Absolutamente exquisita. Cada una de las frases, cada una de sus maneras de ir desgajando los halientos necesarios para decir de maneras muy diferentes la docena de veces casi que se repite la frase "¿por qué, Dio mío, no sé leer?". En el dúo de El gato montés ha dado lo mejor de sí misma por el venazo andaluz y ha sorprendido con la jondura de su declaración de amor. En esta línea ha llegado a lo mejor de la velada con la romanza de El barquillero, una de las más sutiles del repertorio y que en su voz ha dejado de piedra al auditorio. La ovación ha sido fráncamente emocionante y el lenguaje se queda corto cuando se quiere poner en palabras tamaños conceptos de belleza.

El domingo 25 de noviembre a las 19:00se retransmitirá por Radio Clásica y todos tendreís la ocasión de escucharlo.

Y ahora, una reflexión. ¿Cómo es posible que una soprano como Ana María Sánchez no tenga su agenda llena de compromisos con los mejores teatros, no ya nacionales, donde nunca hemos sabido disfrutar de nuestros mejores productos, sino del extranjero? Alguien como la Sánchez podría estar cantando Otello, Tosca o Un baile de máscaras por medio mundo y ahí la teneís, sin ninguna función de ópera en vistas. En Valencia preparan un Don Carlo y no estará ella en el reparto. En Bilbao, donde siempre ha triunfado, no la llaman desde su Otello último... ¡Y encima se aprendió de memoria la ópera Zigor para sacarles, francamente, de una apuro y ahí está! Es una situación que clama al cielo y que el que les escribe no sabe explicar. Si alguien sabe algo, que lo diga o calle para siempre.

Tú no, Ana María, te lo rogamos, que tu voz nunca calle. A los que apreciamos, aunque sea muy poquito, el arte verdadero, nos hace muy felices.

martes, 6 de noviembre de 2007

::un día en el parís de 1867::

Era el verano de 1867 y medio mundo estaba expuesto en París en una de las más míticas exposiciones universales de toda la historia. Después de las reformas del barón Haussmann un nuevo París de bulevares y magníficos monumentos sorprendía a todos los que podían dejarse caer unos días por la capital del Sena. Son los últimos y dorados días de un II Imperio que perecería con la guerra francoprusiana y en los que el rey de los compositores de teatro cómico musical era ese inconmensurable genio llamado Jacques Offenbach. Para el que quiera zambullirse en esta época y salir mareado de vals y pastel puede ver ese delirio titulado Violetas imperiales sobre la llegada de Napoleón III al trono... pero vamos, hoy quiero hablaros de otra reina.

Si había una monarca en este París esa era Hortense Schneider. Era la diva, la gran diva de la opereta francesa, y para ella escribió el bueno de Offenbach algunos de sus más logrados personajes. Hizo La bella Elena en el 64, o La Pericola en 1868... pero si hay un personaje que la hizo mundialmente popular, si tuviéramos que decir "cuál" de sus creaciones era la Schneider, esa sería La Gran Duquesa de Gerolstein, inolvidable opèra bouffe que se hizo a la medida del gusto de los visitantes de París en ese veranito elegante y ocioso de 1867.

Se estrenó en el Teatro de Variétés y podemos hablar de rotundo éxito. A la Schneider la dio un ataque de pánico minutos antes del comienzo y Offenbach la debió decir que ella vería lo que hacía, pero que la obra iba a darse con o sin ella. Atacó el preludio desde el foso. Cuando Hortense escuchó a las trompetas entonar el tema del sable se la olvidaron los temores. Era la Gran Duquesa y tenía que lucirse delante de lo más granado del mundo. En funciones venideras irían a besar la mano de la Gran Duquesa los propios emperadores de Francia, Napoleón III y Eugenia de Montijo, el Príncipe de Gales, el zar Alejandro II, Bismarck, los reyes de Baviera, Portugal, Suecia... ¡el sultan de Turquia! La Schneider fue la auténtica reina de la Exposición e incluso se presentó como "Gran Duquesa de Gerolstein" cuando no dejaron entrar a su carruaje en una dependencia exclusiva para nobles dentro del recinto ferial.

El mundo entero se postró a sus pies... y a su sable. Por supuesto que aunque Gerolstein es un ducado irreal e inventado por la mente loca y genail de los libretistas Meilhac y Halévy (Carmen, Orfeo en los infiernos...) podemos ver en él cruel sátira del reinado de Isabel II de España como muchos entonces lo entendieron. Un reino lleno de guerra, yernocracia, ascensos absurdos de personas ineptas a los más altos cargos; decadencia y laxitud de valores; hipocresía e ignorancia; oscurantismo y ostentación. Reinado barroco en pleno XIX como el de la Gran Duquesa de Gerolstein en el siglo XVIII en que se desarrolla la trama. Sería interesantísima una lectura castiza, moderna y en castellano de tan magnífica opereta para un público español.

El argumento de la obra es harto sencillo. En Gerolstein están de guerra en guerra. La Gran Duquesa está chiflada por los militares y ninfómana compulsiva se encapricha de jovencitos soldados rasos. Ahí entra Fritz, un tontorrón infeliz al que de repente la Duquesa nombra general de sus ejércitos. A cambio espera de él favores amatorios pero ¡ay! él no la quiere y ni se entera de las pretensiones de ella. Fritz quiere a Wanda, una sencilla aldeana con la que se terminará casando. La Gran Duquesa, despechada, se suma al plan de unos conspiradores golpistas que quieren asesinar a Fritz en su noche de bodas por el acaparamiento de poder al que ha llegado. Finalmente no hay ningún muerto y sí mucho gallope, mucha polca, mucho vals, mucho schottish, mucha redowa. Una partitura elegante pero con momentos de lo más gamberro y canalla. La enseñanza final es que uno debe encontrar la felicidad en lo que tiene... bueno, vale, eso está muy bien ¡y sobre todo si eras de una high life que en 1867 se podía pegar un veranito en París visitando a la Gran Duquesa de Gerolstein por las noches en el teatro de Variétés!

Os dejo dos momentos estelares de la obra: la entrada de ella con su rondó memorable de "Ah, que j´aime les militaires" -¡ah, que me placen los militares!-, y los cuplés del general Boum, precisamente uno de los sujetos que terminarán odiando al tonto de Fritz y que en Madrid en la traducción castellana estrenó Francisco Arderius, la mente genial que nos exportó a los madrileños el género teatral de los Bufos Parisinos de Offenbach pero en su versión matritense: Los Bufos Madrileños -¡precisamente en el Teatro Variedades de la calle de la Magdalena!- y que en 1869 pasarían a ser Los Bufos Arderius. Termino con un vídeo alucinante con el popular gallope de esta opereta pero en una visión muy particular entre Napoleón y el propio Hitler: "¡A caballo, a caballo, rápido, señor general!".