martes, 6 de noviembre de 2007

::un día en el parís de 1867::

Era el verano de 1867 y medio mundo estaba expuesto en París en una de las más míticas exposiciones universales de toda la historia. Después de las reformas del barón Haussmann un nuevo París de bulevares y magníficos monumentos sorprendía a todos los que podían dejarse caer unos días por la capital del Sena. Son los últimos y dorados días de un II Imperio que perecería con la guerra francoprusiana y en los que el rey de los compositores de teatro cómico musical era ese inconmensurable genio llamado Jacques Offenbach. Para el que quiera zambullirse en esta época y salir mareado de vals y pastel puede ver ese delirio titulado Violetas imperiales sobre la llegada de Napoleón III al trono... pero vamos, hoy quiero hablaros de otra reina.

Si había una monarca en este París esa era Hortense Schneider. Era la diva, la gran diva de la opereta francesa, y para ella escribió el bueno de Offenbach algunos de sus más logrados personajes. Hizo La bella Elena en el 64, o La Pericola en 1868... pero si hay un personaje que la hizo mundialmente popular, si tuviéramos que decir "cuál" de sus creaciones era la Schneider, esa sería La Gran Duquesa de Gerolstein, inolvidable opèra bouffe que se hizo a la medida del gusto de los visitantes de París en ese veranito elegante y ocioso de 1867.

Se estrenó en el Teatro de Variétés y podemos hablar de rotundo éxito. A la Schneider la dio un ataque de pánico minutos antes del comienzo y Offenbach la debió decir que ella vería lo que hacía, pero que la obra iba a darse con o sin ella. Atacó el preludio desde el foso. Cuando Hortense escuchó a las trompetas entonar el tema del sable se la olvidaron los temores. Era la Gran Duquesa y tenía que lucirse delante de lo más granado del mundo. En funciones venideras irían a besar la mano de la Gran Duquesa los propios emperadores de Francia, Napoleón III y Eugenia de Montijo, el Príncipe de Gales, el zar Alejandro II, Bismarck, los reyes de Baviera, Portugal, Suecia... ¡el sultan de Turquia! La Schneider fue la auténtica reina de la Exposición e incluso se presentó como "Gran Duquesa de Gerolstein" cuando no dejaron entrar a su carruaje en una dependencia exclusiva para nobles dentro del recinto ferial.

El mundo entero se postró a sus pies... y a su sable. Por supuesto que aunque Gerolstein es un ducado irreal e inventado por la mente loca y genail de los libretistas Meilhac y Halévy (Carmen, Orfeo en los infiernos...) podemos ver en él cruel sátira del reinado de Isabel II de España como muchos entonces lo entendieron. Un reino lleno de guerra, yernocracia, ascensos absurdos de personas ineptas a los más altos cargos; decadencia y laxitud de valores; hipocresía e ignorancia; oscurantismo y ostentación. Reinado barroco en pleno XIX como el de la Gran Duquesa de Gerolstein en el siglo XVIII en que se desarrolla la trama. Sería interesantísima una lectura castiza, moderna y en castellano de tan magnífica opereta para un público español.

El argumento de la obra es harto sencillo. En Gerolstein están de guerra en guerra. La Gran Duquesa está chiflada por los militares y ninfómana compulsiva se encapricha de jovencitos soldados rasos. Ahí entra Fritz, un tontorrón infeliz al que de repente la Duquesa nombra general de sus ejércitos. A cambio espera de él favores amatorios pero ¡ay! él no la quiere y ni se entera de las pretensiones de ella. Fritz quiere a Wanda, una sencilla aldeana con la que se terminará casando. La Gran Duquesa, despechada, se suma al plan de unos conspiradores golpistas que quieren asesinar a Fritz en su noche de bodas por el acaparamiento de poder al que ha llegado. Finalmente no hay ningún muerto y sí mucho gallope, mucha polca, mucho vals, mucho schottish, mucha redowa. Una partitura elegante pero con momentos de lo más gamberro y canalla. La enseñanza final es que uno debe encontrar la felicidad en lo que tiene... bueno, vale, eso está muy bien ¡y sobre todo si eras de una high life que en 1867 se podía pegar un veranito en París visitando a la Gran Duquesa de Gerolstein por las noches en el teatro de Variétés!

Os dejo dos momentos estelares de la obra: la entrada de ella con su rondó memorable de "Ah, que j´aime les militaires" -¡ah, que me placen los militares!-, y los cuplés del general Boum, precisamente uno de los sujetos que terminarán odiando al tonto de Fritz y que en Madrid en la traducción castellana estrenó Francisco Arderius, la mente genial que nos exportó a los madrileños el género teatral de los Bufos Parisinos de Offenbach pero en su versión matritense: Los Bufos Madrileños -¡precisamente en el Teatro Variedades de la calle de la Magdalena!- y que en 1869 pasarían a ser Los Bufos Arderius. Termino con un vídeo alucinante con el popular gallope de esta opereta pero en una visión muy particular entre Napoleón y el propio Hitler: "¡A caballo, a caballo, rápido, señor general!".







2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me enacnta este artículo. La gente aficionada a este maravilloso mundo debería conocer este divino blog. Animo

Fdo: Steffy

Freia dijo...

Me gusta pasarme por tu blog. Siempre aprendo cosas nuevas y hoy me has descubierto a la Schneider. Gracias.